Erotismo y Arte erótico

Erotismo y Arte

El arte es una disciplina o actividad, pero en un sentido más amplio del concepto, decimos que el talento o habilidad que se requiere para ejercerlo está siempre situada en un contexto literario, musical, visual o de puesta en escena.

El arte involucra tanto a las personas que lo practican como a quienes lo observan; la experiencia que vivimos a través del arte puede ser del tipo intelectual, emocional, estético o bien una mezcla de todos ellos.
En la mayoría de las sociedades y civilizaciones, el arte ha combinado la función práctica con la estética, pero en el siglo XVIII, el mundo occidental decidió distinguir el arte como un valor estético que, al mismo tiempo, contaba con una función práctica.

Si buscamos una definición de arte de índole más “pura”, decimos que es un medio por el cual un individuo expresa sentimientos, pensamientos e ideas; es así como vemos a este conjunto plasmado en pinturas, esculturas, letras de canciones, películas y libros.
Las bellas artes centran su interés en la estética, nos referimos a la pintura, danza, música, escultura y arquitectura; las artes decorativas suelen ser utilitarias, es decir “útiles” específicamente.

Aunque nos resulte difícil creerlo, la definición de arte hace un paralelismo con la ciencia; se asegura que tanto el arte como la ciencia requieren de habilidad técnica; tanto los artistas como los científicos tratan siempre de impartir un orden partiendo de sus diversas experiencias vividas.
Ambos pretenden comprender el universo en el que habitan y se desarrollan, hacen una valoración de él y transmiten lo que interpretan a otros individuos; de todas formas no podemos establecer una paridad entre el arte y la ciencia, existe una diferencia esencial entre ambas:
Los artistas seleccionan las percepciones cualitativamente y luego las ordenan de manera que manifiesten su propia compresión cultural como personal, mientras que los científicos estudian las percepciones de los sentidos no de manera cualitativa sino cuantitativa y así es como descubren leyes que reflejen una verdad universal y única.

Erotismo es una palabra formada a partir del griego ἔρως: érōs con que se designaba al amor apasionado unido con el deseo sensual. Tal sentimiento fue personificado en una deidad: Eros (Téngase en cuenta que en griego moderno la palabra erotas alude al amor romántico).
En castellano y otros idiomas modernos el término «erotismo» connota y denota a todo lo relacionado con la sexualidad y no simplemente con el acto sexual físico sino también todas sus proyecciones.

De este modo el erotismo puede observarse en combinación con la libido, término más usado por el psicoanálisis de tipo freudiano. El erotismo trata de todo aquello que emana de nuestra zona libídica y está relacionado con el sexo y con el amor erótico.
El adjetivo erótico nos indica que el tema a tratar está relacionado con el sexo dependiendo del sustantivo al que califica. Tenemos, por ejemplo, la pintura erótica, la literatura erótica, o la moda erótica.
La palabra más usada comúnmente y procedente del inglés es "sexy" que vendría a reflejar el interés erótico de una persona o de un objeto.

Se denomina arte erótico a aquella manifestación humana que provoca placer que involucra definirlo, el límite es casi imperceptible entre placer “espiritual y “físico”. Existe un género dentro del arte definido, por su temática, como erótico: literatura erótica, pinturas o esculturas eróticas. En general, se suele nombrar como arte erótico aquel que provoca un placer que involucra al cuerpo. Sin embargo, nos dice George Bataille:
La mera actividad sexual es diferente del erotismo; la primera se da en la vida animal, y tan sólo la vida humana muestra una actividad que determina, tal vez, un ‘aspecto diabólico’ al cual conviene la denominación de erotismo... Aquellos que tan frecuentemente se representaron a sí mismos en estado de erección sobre las paredes de una caverna no se diferenciaban únicamente de los animales a causa del deseo que de esta manera estaba asociado -en principio- a la esencia de su ser. Lo que sabemos de ellos nos permite afirmar que sabían -cosa que los animales ignoraban- que morirían.”Georges Bataille, Las lagrimas de Eros. Trad. David Fernández. España. Tusquets.1997. Pág. 41


La sola actividad sexual no se puede clasificar de ninguna manera de erotismo, en la vida animal se da la actividad sexual meramente reproductiva como para prolongar la especie, en la vida humana, erotismo es la capacidad que el hombre tiene de convertir un momento de unión corporal en el deseo y delirio infinito, capaz de romper con normas que están ya establecidas que conllevan obligaciones, quedando como “maquinas sexuales” que testimonian, en la relación sexual, la ausencia del erotismo.
El erotismo no es algo que solo los actuales humanos hacen uso exclusivo, los primero habitantes que aparecieron en la tierra, hace 40 mil años tenían un comportamiento sexual complejo del que se dejaron como testimonio de lo más puro de sus emociones, en las pinturas y sus utensilios personales.
Imágenes un tanto abstractas que simbolizan vulvas y penes por medio de puntos y líneas son otras expresiones artísticas con las que el hombre primitivo documentó su actividad sexual.
“Venus de Willendorf una de las piezas más conocidas de la época prehistórica de origen paleolítico, representa la fertilidad.
La figura de esta mujer desnuda, de unos 11,1 centímetros de alto, 5,7 de ancho y 4,5 de espesor con 15 centímetros de diámetro y regordeta, fue esculpida monolíticamente en piedra caliza oolítica, que no es local en la región, pintada con ocre rojo.
El conjunto respeta la ley de frontalidad aunque la cabeza parece "mirar" ligeramente hacia el seno mamario derecho.
Parece ser una representación convencional, no realista, ya que su abdomen, vulva, nalgas y mamas son extremadamente voluminosos (en las nalgas: esteatopigia), de donde muchos estudiosos han deducido una fuerte relación con el concepto de la fertilidad.
Los brazos, muy frágiles y casi imperceptibles, se doblan sobre los senos; y no tiene una cara visible, estando su cabeza cubierta de lo que pueden ser trenzas, un tipo de peinado o una capucha, la cabeza se encuentra inclinada hacia adelante.
El abdomen posee un notorio hueco que figura al ombligo. El abultado pubis se expande por sobre los gruesos muslos.
Aunque las piernas son anatómicamente muy acertadas las rodillas están juntas y los pies que no han sido representados (o se han perdido) estarían separados, terminando la escultura a la altura de los tobillos.

Las primera representaciones eróticas de la cual tenemos conocimiento, más o menos explicitas de acuerdo con la cultura que la que se pertenecían pero siempre reflejando la relación amorosa y sensual entre los seres humanos, los deseos, las posturas, etc.

 La palabra “erotismo” nos ha llevado a girar sobre ella con “perversión”, es ella la que transmite su poder a las otras palabras. No un objeto sino la palabra misma. La palabra sometida a la coacción de una gramática y una retórica. Y la palabra, en tanto lenguaje articulado, parece ser el resultado de un pecado de soberbia, una mordida a una fruta peligrosa.

Es una blasfemia porque separa al hombre del resto de los seres, lo iguala a los dioses asegurándole el conocimiento del bien y del mal. Odiseo y Facundo nos enseñan que el erotismo está ante todo en el control que se ejerce sobre el discurso, y el discurso no se detiene, recupera por un breve instante algunos fragmentos y los pone a dialogar entre sí.

Luego las astillas vuelven a dispersarse. Si la palabra y el saber acerca de nuestra propia muerte son los aspectos que nos separan del resto de la naturaleza, podríamos pensar el erotismo como una moral del lenguaje, una voluntad dirigida hacia el placer por la belleza en tanto modo consciente de apartarnos de la muerte.

Una palabra que se controla y se desenvuelve para apartarnos del final.
Para que hayamos podido conocer la belleza, hemos tenido que ser conscientes de su fugacidad, saber que ella no nos pertenece para siempre.

De allí que lo definamos como erótico. Mientras lo pornográfico se esfuerza por eliminar las elipsis, se apresura en llegar a la muerte; lo erótico es una fuerza contraria hacia la vida. La presencia de la muerte en lo erótico es contradictoria pues está allí en tanto algo que se debe evitar.

Sin embargo, sin ella, lo erótico sería imposible. Tampoco habría belleza. Ambos conceptos se imbrican y se suponen de una manera extraña: la existencia de uno depende del otro aunque el esfuerzo sea por oponerse.

Es así que el fenómeno erótico deja de ser una práctica humana sin intencionalidad, para convertirse en un boom monetarista, se hace de lo erótico un negocio rentable, se lo comercializa abusando del poco conocimiento sobre el erotismo que tienen las personas, los medios de comunicación, reproducen imágenes sexuales que llegan a lo inaceptable, abusan de la información y publicidad en forma directa o subliminal convirtiendo a la comunidad consumista, que se declara “democrática” o “libre pensadora”; aunque esta actitud es condenada aparentemente por las religiones y en especial por la religión católica.

La conciencia del instante que huye nos fascina, deseamos aquello que muere; el saber que moriremos nos lleva a la búsqueda de la belleza con la ansiedad de quien se sabe finito. Así, el erotismo se impone como un ejercicio de la voluntad para prolongar el placer que nos causa la belleza. Prolongar el placer es ir en contra de la muerte. Lo inacabado de las obras de arte, aquel elemento que permite la interpretación, que atrae sobre sí el discurso de la crítica, es su defensa contra la muerte.

Marguerite Duras Autora del Amante entre otros clásicos de la Literatura Erótica

Marguerite Duras, hija de franceses, nace en Indochina en 1914. Su padre, profesor,  muere cuando ella  tiene  cuatro años, y la  familia  vive  en la  estrechez. En 1932 se traslada a París donde estudia Derecho, Matemáticas y Ciencias Poticas. En 1943 publica l primera de sus veinte novelas. A partir de entonces, no abandona ya ninguna de las vías de expresión en las que hace incursión: la escritura, el cine, el teatro.

De su inagotable producción narrativa, siemprespeculativa, destacamos, por ejemplo, Moderato cantabile. El  vicecónsul. El  arrebato de Lol  V.  Stein, Los  ojos  azules pelo negro, Emily L., Los caballitos de Tarquinia,  El amor,  Destruir,  dice y El amante de  la China del Norte (Andanzas 19. 26, 43, 45, 67, 95, 118, 147 y 153).  Tras  una profunda  crisis  psíquica marcada por el alcoholismo, tres obras maestras, en las que afina definitivamente su escritura, nacida toda ella del deseo: El hombre sentado en el  pasillo,  El  mal  de la muerte (La  sonrisa vertical 34 y 40) y El amante, su novela más conocida  sobre la que el célebre cineasta francés Jean- Jacques  Annaud se  basó  para  realizar  la película que lleva el mismo título.

Marguerite Duras se convierte de la noche a la  mañana,  con El  amante, en una autora                                               solicitada por  todos  los blicos.  Y, además, recibe poco después, en noviembre            de 1984.      El prestigioso Premio Goncourt. A todos emociona sin duda esta narración autobiográfica en la que la  autora  expresa,  con la  intensidad del  deseo, esa historia  de amor entre una adolescente de quince años y un rico comerciante chino  de  veintiséis.            Esa jovenci

Marques de Sade: Cuentos historietas y fábulas. www.mislibroseroticos.com

EL RESUCITADO

Los filósofos dan menos crédito a los aparecidos que a ninguna otra cosa; si, no obstante el extraordinario hecho que voy a relatar, suceso respaldado por la firma de varios testigos y registrado en archivos respetables, este suceso, repito, gracias a todos estos títulos y a los visos de autenticidad que tuvo en su momento, puede resultar digno de crédito, será preciso, a pesar del escepticismo de nuestros estoicos, convenir en que si bien no todos los cuentos de resucitados son ciertos que contienen, al menos, elementos realmente extraordinarios.

La corpulenta señora Dallemand, a la que todo París conocía en aquel tiempo como mujer alegre, cordial, ingenua y de agradable trato, vivía desde que se había quedado viuda, hacía más de veinte años, con un tal Ménou, hombre de negocios que habitaba cerca de Saint-Jeanen-Grève. La señora Dallemand se hallaba cenando un día en casa de una tal señora Duplatz, mujer de carácter y medio social muy parecidos al suyo, cuando a la mitad de una partida que habían iniciado después de levantarse de la mesa un criado rogó a la señora Dallemand que pasara a una habitación contigua, pues una persona amiga suya deseaba hablarle en seguida de un asunto tan urgente como esencial; la señora Dallemand le contesta que espere, que no quiere echar a perder su partida; el criado vuelve de nuevo a insistir de tal manera que la dueña de la casa es la primera en obligar a la señora Dalle- mand a ir a ver lo que quieren de ella. Sale y se encuentra con Ménou.

-¿Qué asunto tan urgente -le pregunta-puede obligaron a molestarme de esta forma viniendo a una casa en la que ni siquiera saben quien sois?

-Un asunto de vida o muerte, señora -contesta el agente de cambio-, y podéis estar se- gura de que había de ser como os digo para poder obtener el permiso de Dios y venir a hablar con vos por última vez en mi vida...

Ante estas palabras, que no correspondían a un hombre muy en sus cabales, la señora Dallemand se sobresalta, y al observar con detenimiento a su amigo, al que no veía desde hacía varios días, viéndole pálido y desfigurado, se asusta más aún.

-¿Qué os pasa, señor? -le pregunta-. ¿Cuál es la razón del estado en que os veo y de los siniestros hechos que me anunciáis... explicadme al instante que os ha ocurrido.

-Nada que no sea normal, señora -responde Ménou-. Tras sesenta años de vida no que- daba ya más que llegar a puerto; gracias al cielo ya he llegado. He pagado a la naturaleza el tributo que todo hombre le debe, únicamente siento haberme olvidado de vos en mis últimos momentos y por esa falta, señora, es por lo que vengo a pediros perdón.

-Pero, señor, ¿estáis desvariando? Ese desatino no tiene ni pies ni cabeza. O vos recobráis la razón o yo me veré obligada a pedir auxilio.

-No lo hagáis, señora. Esta inoportuna visita no será larga, estoy agotando el plazo que me concedió el Eterno; escuchad, pues, mis últimas palabras y luego nos despediremos para siempre... Yo he muerto, señora, os lo repito, pronto podréis comprobar la veracidad de lo que os digo. Me había olvidado de vos en mi testamento y vengo a reparar mi falta; tomad esta llave, id en seguida a mi casa; detrás de la cabecera de mi cama hallaréis una puerta de hierro, abridla con la llave que os doy y coged el dinero que hay en el armario que cierra esa puerta; mis herederos ignoran la existencia de esa suma. Vuestra es, nadie os la disputará... Adiós, señora, y no me sigáis...

Y Ménou desapareció.

Es fácil imaginar en qué estado de excitación volvió la señora Dallemand al salón de su amiga; le resultó imposible ocultar el motivo...

-Toda esta historia bien merece una comprobación -le dijo la señora Duplatz-. No perdamos un instante.

Piden los caballos, suben al coche y marchan a casa de Ménou. El estaba en la entrada, tendido en su ataúd: las dos mujeres suben a las habitaciones, la amiga del dueño de la casa, a la que conocen demasiado bien para impedírselo, recorre todos los dormitorios que desea, da con la puerta de hierro, la abre con la llave que le habían dado, encuentra el tesoro y se lo lleva consigo.

Vemos aquí pruebas de una amistad y de un agradecimiento que no se prodigan muy a menudo y que, por más que los aparecidos nos espanten, estaremos al menos de acuerdo en que deben hacer que les perdonemos el terror que nos causan a cambio de los motivos que les traen ante nosotros.

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Extracto del Libro Erótico: Cuentos, Historietas y Fábulas…

EL ALCAHUETE CASTIGADO

Durante la Regencia ocurrió en París un hecho tan singular que aún hoy en día puede ser narrado con interés; por un lado, brinda un ejemplo de misterioso libertinaje que nunca pudo ser declarado del todo; por otro, tres horribles asesinatos, cuyo autor no fue des- cubierto jamás. Y en cuanto a... las conjeturas, antes de presentar la catástrofe desencadenada por quien se la merecía, quizá resulte así algo menos terrible.

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Se cree que el señor de Savari, solterón maltratado por la naturaleza, pero rebosante de ingenio, de agradable trato y que congregaba en su residencia de la calle Déjeuneurs a la mejor sociedad posible, había tenido la idea de prestar su casa para un género de pros
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titución realmente singular. Las esposas o las hijas, de elevada posición exclusivamente, que deseaban gozar sin complicaciones y a la sombra del más profundo misterio de los placeres de la voluptuosidad podían encontrar allí a un cierto número de asociados dispuestos a satisfacerlas, y esas intrigas pasajeras no tenían nunca consecuencias; una mujer recogía en ellas sólo las flores sin el menor riesgo de las espinas que con tanta frecuencia acompañan a esa clase de arreglos cuando van tomando el carácter público de una relación regular. La esposa o la jovencita se encontraban de nuevo al día siguiente en sociedad al hombre con el que habían tenido relaciones la víspera sin dar a entender que le reconocían y sin que él, a su vez, pareciera distinguirla entre las restantes damas, gracias a lo cual nada de celos en las relaciones, nada de padres irritados, ni de separaciones, ni de conventos; en una palabra, ninguna de las funestas secuelas que traen consigo asuntos de esa índole. Resultaba difícil encontrar algo más cómodo y sin duda sería peligroso ofrecer en nuestros días este plan; habría que temer con sobrada razón que este relato pudiera sugerir la idea de volver a ponerlo en práctica en un siglo en que la depravación de ambos sexos ha desbordado todos los límites conocidos, si no presentáramos, al mismo tiempo, la cruel aventura que sirvió de escarmiento a aquel que lo había concebido.

El señor de Savari, autor y ejecutor del proyecto, que se conformaba, aunque muy a gusto, con un único criado y una cocinera para no multiplicar los testigos de los excesos de su mansión, vio una mañana cómo se presentaba en su casa cierto individuo amigo suyo para rogarle que le invitara a comer.

-Diablos, con mucho gusto -le contesta el señor de Savari-, y para demostraros el placer que me proporcionáis, voy a ordenar que os saquen el mejor vino de mi bodega...

-Un momento -responde el amigo cuando el criado ha recibido ya la orden-, quiero ver si La Brie nos engaña..., conozco los toneles, voy a seguirle y a comprobar si realmente coge el mejor.

-Muy bien, muy bien -contesta el dueño de la casa siguiendo perfectamente la broma-; si no fuera por mi penoso estado, yo mismo os acompañaría, pero así me haréis el favor de ver si ese bribón no nos induce a error.

El amigo sale, entra en la bodega, coge una palanca, mata a golpes al criado, sube en seguida a la cocina, deja en el sitio a la cocinera, mata hasta a un perro y a un gato que encuentra a su paso, vuelve a la alcoba del señor de Savari que, incapaz por su estado de ofrecer la menor resistencia, se deja asesinar como sus sirvientes, y este verdugo impla- cable, sin turbarse, sin sentir el más mínimo remordimiento por la acción que acaba de perpetrar, detalla tranquilamente en la página en blanco de un libro que halla sobre la mesa la forma en que la ha llevado a cabo, no toca cosa alguna, no se lleva nada, sale de la casa, la cierra y desaparece.

La casa del señor de Savari era demasiado frecuentada para que esta atroz carnicería no fuera descubierta en seguida; llaman a la puerta, nadie contesta, y convencidos de que el dueño no puede hallarse fuera rompen las puertas y descubren el espantoso estado de la residencia de aquel desdichado; no contento con legar los detalles de su acción al público, el flemático asesino había colocado sobre un péndulo, adornado con una calavera que ostentaba como lema: «Contempladla para enmendar vuestra vida», había colocado, repito, sobre esta frase un papel escrito en el que se leía: «Ved su vida y no os sorprenderéis de su final.»

Una aventura semejante no tardó en provocar un escándalo; registraron por todas partes y el único objeto que encontraron que guardara alguna relación con esta cruel escena fue

la carta de una mujer, sin firma, dirigida al señor de Savari y que contenía las palabras siguientes:

«Estamos perdidos, mi marido acaba de enterarse de todo, pensar en el remedio, sólo Paparel puede aplacar su espíritu; haced que hable con él, si no, no hay ninguna salvación.»

Un tal Paparel, tesorero del extraordinario de la guerra, hombre amable y con buenas relaciones, fue citado: admitió que visitaba al señor de Savari, pero que, de más de cien personas de la ciudad y de la corte que acudían a su casa, a la cabeza de las cuales podía colocarse el señor duque de Vendôme, él era de todas ellas uno de los que menos le veía.

Varias personas fueron detenidas y puestas en libertad casi en seguida. Pronto se supo bastante como para convencerse de que aquel asunto tenía ramificaciones innumerables que, al comprometer el honor de los padres y maridos de la mitad de la capital, iban a desacreditar públicamente a un infinito número de personas de